El hospital de Salto prohíbe ventiladores y sillas plegables, reflejando el caos de una administración desconectada de la realidad.
El hospital de Salto prohíbe ventiladores y sillas plegables, mientras pacientes y familiares enfrentan un sistema colapsado por la mala gestión política.
El comunicado lo dice todo: a partir de ahora, no más sillas plegables, conservadoras ni ventiladores en la Sala de Internación. Para algunos, puede sonar como una medida administrativa más, pero para los que conocen el día a día del hospital, esto es otra perla en el collar de desastres que arrastra el nosocomio. Lo cierto es que no hay justificación razonable para que un hospital termine poniendo estas restricciones, salvo que la gestión haya llegado al límite de la improvisación.
Porque no nos mintamos: los hospitales no deberían depender de que los familiares tengan que traer ventiladores para que los pacientes no se asfixien, ni conservadoras para garantizar que una botella de agua se mantenga fría. Y si llegamos al punto en que esto es lo normal, ¿qué nos dice eso sobre la calidad de la atención que ofrecen? Lo que dice es simple: esto es un fracaso total. Y no se trata de un error aislado; es el resultado de años de administración fallida, encabezada por personas más interesadas en acomodarse políticamente que en garantizar la salud de la gente.
La indignación no es por la prohibición en sí. Es porque esa prohibición es un síntoma. Es el reflejo de un sistema que se cae a pedazos porque quienes lo manejan no tienen idea de lo que están haciendo. Políticos que pasan más tiempo sacándose fotos que resolviendo problemas, directores que creen que gestionar es redactar comunicados y recortar derechos, mientras las salas están atestadas y el personal hace malabares para dar abasto.
Lo que debería dolerles a los responsables es que estas medidas no solo son un parche, sino que además cargan la culpa sobre los familiares. Como si ellos fueran los responsables del caos. Como si el problema fueran las sillas plegables y no la falta de planificación, de recursos, de liderazgo.
Es fácil firmar un papel desde un escritorio con aire acondicionado, pero habría que ver si esos mismos directores se animarían a pasar una jornada entera en esas salas sofocantes, sin un ventilador que alivie el calor y con las conservadoras prohibidas. ¿Tendrían las agallas de vivir lo que viven los familiares que pasan horas acompañando a sus seres queridos? La respuesta es obvia. Lo que falta no es solo gestión, es empatía.
Mientras tanto, la gente se las arregla como puede. Porque esa es la historia de siempre: los que toman las decisiones están lejos del problema, y los que sufren las consecuencias son los que están ahí todos los días, poniendo el cuerpo, el tiempo y el corazón. Y así seguirá, hasta que los responsables entiendan que administrar un hospital no es un favor político, es una responsabilidad que afecta vidas.
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