El guionista invisible: cuando las historias ya no tienen firma

Sora no es solo una herramienta: es el síntoma de una era que borra la autoría, diluye la voz y reemplaza el conflicto humano por eficiencia narrativa

descarga-favicon-Photoroom
4 Lectura mínima
Famous Hollywood Sign framed by palm leaves on a sunny day in Los Angeles, California.
Photo by Edgar Colomba

La irrupción de Sora, el modelo de inteligencia artificial desarrollado por OpenAI para generar videos hiperrealistas a partir de texto, no solo desafía a Hollywood. Desafía algo más profundo: la idea misma de autor. En un mundo donde las historias se construyen por algoritmos, ¿quién firma? ¿Quién asume la responsabilidad narrativa? ¿Quién decide qué se cuenta y qué se omite?

Durante siglos, el arte fue conflicto. Un director peleando con su editor. Un guionista defendiendo un diálogo. Un actor improvisando fuera del guion. Sora elimina ese ruido. Lo reemplaza por eficiencia. Por prompts. Por resultados inmediatos. Pero en ese silencio, algo se pierde: la tensión que da sentido a la obra.

- Publicidad -

No se trata de nostalgia. Se trata de ética editorial. Cuando una historia es generada por IA, ¿quién responde por su sesgo? ¿Por su estética? ¿Por su impacto emocional? ¿Quién decide si un cuerpo aparece o no, si una voz tiene acento, si una escena sugiere violencia o redención?

Sora no tiene ideología. Pero fue entrenado por humanos. Y esos humanos tienen sesgos, intereses, agendas. El modelo no es neutral. Es una síntesis de millones de decisiones invisibles. Y cada video generado es una pieza editorial sin firma, sin contexto, sin conflicto.

La autoría se vuelve prescindible. El espectador ya no busca nombres. Busca estímulo. Busca velocidad. Busca impacto. Y Hollywood, con sus sindicatos, sus tiempos y sus egos, no puede competir. Pero el problema no es Hollywood. El problema es que el relato se volvió desechable.

-Publicidad -

En esta nueva lógica, el guionista no es un creador. Es un operador de prompts. Un técnico que calibra emociones, estilos y duración. La historia ya no se construye: se sintetiza. Y esa síntesis, por más brillante que sea, no tiene memoria. No tiene contexto. No tiene voz.

¿Quién escribe las historias cuando nadie firma? ¿Quién responde por lo que vemos, sentimos y compartimos? Esa es la pregunta que Sora deja flotando. Y que nadie, por ahora, se atreve a responder.

Porque el verdadero conflicto no es entre Hollywood y OpenAI. Es entre dos modelos de mundo. Uno basado en la experiencia, el error, la intuición. Otro basado en la eficiencia, la predicción y la optimización. Uno que acepta la imperfección como parte del arte. Otro que la corrige antes de que aparezca.

Sora no es el enemigo. Es el espejo. Refleja lo que pedimos como audiencia: velocidad, impacto, estética sin fricción. Y lo entrega. Pero en ese proceso, borra la firma. Borra el conflicto. Borra la historia detrás de la historia.

- Publicidad -

Tal vez el futuro no tenga guionistas. Tal vez tenga operadores de narrativa. Curadores de prompts. Técnicos de emoción. Pero en ese futuro, ¿quién se hace cargo del relato? ¿Quién responde cuando una historia genera odio, manipulación o violencia?

La autoría no es un lujo. Es una responsabilidad. Y sin ella, el relato se vuelve anónimo. Y lo anónimo, en tiempos de polarización, es peligroso.

Sora escribe sin firma. Y eso, más allá de su potencia técnica, debería preocuparnos.

Porque si nadie firma, nadie responde. Y si nadie responde, el relato deja de tener consecuencias. Se vuelve ruido. Estímulo. Consumo. Pero no cultura.

Comentarios
Comparte este artículo