Biden destaca proyectos clave en Angola, entre tensiones por derechos humanos y enfoque en desarrollo económico.
En Luanda, la capital de Angola, el presidente de Estados Unidos, Joe Biden, fue recibido con una cálida bienvenida en el icónico Palacio Presidencial, conocido por su distintivo color rosado. La visita, enmarcada en un protocolo cargado de simbolismo, incluyó una alfombra roja, la interpretación de himnos nacionales por una banda militar, una inspección de tropas y una salva de 21 cañonazos. Esta fue la primera vez que un presidente estadounidense en funciones visita Angola, y probablemente sea la última durante el mandato de Biden.
En su discurso inicial junto al presidente angoleño, Joao Lourenço, Biden no escatimó en destacar la importancia de los lazos entre ambos países. "Estoy muy orgulloso de ser el primer presidente estadounidense en visitar Angola y de todo lo que hemos logrado juntos para transformar nuestra asociación hasta ahora. Hay mucho más por delante, mucho que podemos hacer", afirmó con entusiasmo mientras diplomáticos de ambos gobiernos lo flanqueaban en la solemne reunión.
Desde el punto de vista de su administración, Angola representa un modelo de colaboración estratégica con Estados Unidos, según explicó Frances Brown, asesora principal para África en el Consejo de Seguridad Nacional. En declaraciones exclusivas a VOA, Brown describió los tres pilares fundamentales de esta relación: el apoyo a la paz y la seguridad en el este de la República Democrática del Congo, la promoción de oportunidades económicas en la región y la cooperación tecnológica y científica.
Biden tiene previsto visitar Lobito, un puerto clave donde una nueva línea ferroviaria, financiada en parte por Estados Unidos, conecta los recursos naturales del interior africano con el Atlántico. Este proyecto, conocido como el corredor ferroviario de Lobito, simboliza el enfoque económico que Washington busca fortalecer en la región.
Sin embargo, no todo fueron elogios y celebraciones. Algunos temas delicados quedaron fuera de la agenda pública, como el historial de derechos humanos de Angola. Aunque no mencionó esta problemática abiertamente, organizaciones como Amnistía Internacional se encargaron de poner el foco en las violaciones recurrentes. Según Kate Hixon, directora de incidencia para África de Amnistía Internacional USA, la represión de manifestaciones pacíficas y el uso de fuerza letal han sido documentados en múltiples ocasiones. “Además, las familias de las víctimas no tienen acceso a la justicia. Desde 2020, hemos visto leyes represivas que criminalizan la crítica al presidente y restringen la libertad de expresión, reunión y prensa”, detalló en una entrevista vía Zoom.
Desde el ámbito político interno de Angola, las críticas tampoco se hicieron esperar. Representantes del partido opositor UNITA, como Ernesto Mulato, calificaron la visita de Biden como una oportunidad perdida para dialogar con los grupos de la sociedad civil que luchan por mayores libertades. “El corredor ferroviario de Lobito parece ser la única preocupación de la visita de Biden a Angola”, señaló Mulato, destacando el enfoque económico por encima de los derechos humanos.
Frances Brown, por su parte, defendió la postura de Biden, asegurando que el mandatario siempre aborda cuestiones de democracia y derechos humanos, aunque lo haga de manera privada. “Nunca evita hablar de estos temas con sus homólogos”, comentó. Esta estrategia, que forma parte del estilo diplomático del presidente a lo largo de su carrera, busca equilibrar los intereses estratégicos y económicos con las preocupaciones éticas.
El impacto de la visita no solo se mide en los acuerdos bilaterales que puedan surgir, sino también en la percepción global de la influencia estadounidense en África. En un momento en que potencias como China y Rusia compiten por expandir su alcance en el continente, la presencia de Biden en Angola refuerza la intención de Washington de no quedarse atrás en esta competencia geopolítica.
La relación entre Estados Unidos y Angola, aunque joven en comparación con otras alianzas internacionales, ha mostrado un potencial significativo para el desarrollo económico y político de la región. El puerto de Lobito, en particular, es visto como una puerta estratégica para la exportación de recursos como minerales y petróleo, esenciales en la economía global. Este enfoque en infraestructura y comercio refleja el interés de Estados Unidos en posicionarse como un socio clave para África, en contraposición a la dependencia de préstamos e inversiones provenientes de otras naciones con menos exigencias en términos de derechos humanos.
Sin embargo, para muchos en Angola, los desafíos inmediatos no están en los grandes proyectos ferroviarios ni en las cifras macroeconómicas. La realidad diaria de la represión, la desigualdad y la falta de acceso a servicios básicos sigue siendo una preocupación central. Mientras el presidente estadounidense habla de innovación y cooperación tecnológica, los ciudadanos angoleños enfrentan un sistema donde expresar sus quejas puede costarles la libertad, o incluso la vida.
Biden, con su característico tono conciliador, ha intentado proyectar una imagen de colaboración y respeto mutuo, resaltando los logros compartidos en áreas como la paz y el desarrollo económico. Pero las críticas hacia su enfoque selectivo sobre los derechos humanos subrayan las tensiones inherentes en la política exterior estadounidense: equilibrar ideales y pragmatismo en regiones donde las prioridades locales muchas veces chocan con los valores que Estados Unidos busca promover.
Mientras tanto, el enfoque en el corredor ferroviario de Lobito sirve como un recordatorio de cómo las infraestructuras pueden ser tanto un puente hacia el desarrollo como una fuente de controversia. En un continente con un legado de explotación colonial, el desafío para países como Angola es asegurarse de que estos proyectos realmente beneficien a sus ciudadanos y no solo a los intereses de actores externos.
En medio de discursos, críticas y promesas, la visita de Biden a Angola deja un retrato complejo de una relación bilateral cargada de potencial y tensiones subyacentes. Las decisiones tomadas en torno a estos temas determinarán no solo el futuro de Angola y su gente, sino también el papel de Estados Unidos en un continente en constante transformación.