Bomberos y vecinos trabajaron incansablemente para controlar las llamas que arrasaron el campo en medio de temperaturas extremas.
Los incendios no solo calcinan el campo; exponen las consecuencias de las temperaturas extremas y la urgencia de prevenir futuros desastres.
El viernes en Salto no fue un día más. Mientras el sol rajaba la tierra y las temperaturas parecían no dar tregua, dos horas incendios se desataron en distintos puntos del departamento, dejando a su paso un escenario devastador: más de 300 hectáreas consumidas por el fuego, animales muertos e interminables de lucha contra las llamas.
Uno de los focos surgió en las cercanías de las Termas del Arapey, en un establecimiento ganadero del Municipio de Lavalleja. Allí, el incendio no dio respiro. La combinación de pastizales secos, un calor asfixiante y un sol implacable se transformó en el cóctel perfecto para que las llamas arrasaran con todo a su paso. Animales, campos y recursos quedaron atrapados en un infierno de fuego.
La batalla para sofocar el incendio no fue sencilla. Los Bomberos recorrieron 90 kilómetros hasta llegar al lugar, con el apoyo del personal municipal de la zona. Fueron horas agotadoras, bajo un calor abrasador y enfrentándose a un panorama desolador.
A unos kilómetros de allí, en Pueblo Celeste, el panorama no era mejor. Este segundo incendio, aún más agresivo, devoró hectáreas de campo en tres establecimientos y dejó a las edificaciones peligrosamente cerca de convertirse en cenizas. Las llamas, acompañadas por un espeso humo que dificultaba la respiración, no perdonaron. Hubo pérdidas de animales y un trabajo titánico para evitar que el desastre escalara.
Vecinos y bomberos unieron fuerzas, y después de varias horas de esfuerzo, lograron controlar el fuego ya entrada la madrugada. Sin embargo, el daño ya estaba hecho: tierra calcinada, animales perdidos y un recordatorio más de lo vulnerables que somos frente a la fuerza implacable de la naturaleza.
Estos incendios no solo dejan una cicatriz visible en el paisaje de Salto, sino que también reflejan la urgencia de estar preparados ante eventos extremos que, con el cambio climático, son cada vez más frecuentes. Mientras los afectados evalúan las pérdidas, queda claro que la lucha contra el fuego no termina con apagar las llamas; empieza con prevenir que vuelvan a encenderse.
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