Jerarcas removidos, sueldos dobles y favores sindicales: una postal incómoda del puerto.
Los casos de Alberto Díaz y Alejandra Koch desatan una tormenta en la ANP por cobros de sueldos gerenciales, acomodos políticos y una interna feroz de larga data.
La Administración Nacional de Puertos (ANP) se ha convertido en un caso emblemático de cómo el poder político puede deformar estructuras estatales con alojamientos, cobros irregulares y una interna que lleva décadas pudriendo el ambiente laboral. Dos nombres que hoy vuelven al centro de la polémica son los de Alberto Díaz y Alejandra Koch, ambos vinculados al Frente Amplio, quienes durante años cobraron sueldos de cargos gerenciales mientras ocupaban funciones políticas.
Díaz, que presidió la ANP entre 2010 y 2020, cobró compensaciones como si aún fuera gerente general, pese a haber asumido como presidente del organismo. Lo hizo sin respaldo jurídico y amparado en el silencio administrativo. En paralelo, Koch, de las filas socialistas, percibió durante cinco años el sueldo y las compensaciones de subgerenta, mientras era director designado políticamente.
La diferencia entre ambos radica en que al menos Koch tuvo un informe jurídico inicial que le daba cierto margen, aunque años después la Oficina de Servicio Civil concluyó que no correspondía seguir pagándole como gerenta. Pero la plata ya estaba cobrada: unos 140 mil dólares en compensaciones, en un país donde muchas familias hacen malabares para llegar a fin de mes.
Koch no solo cobró, sino que al asumir junto al nuevo directorio alineado con el MPP, removió a 22 jerarcas y colocó en cargos clave a su esposo y hasta a su chofer. Todo esto con la venia del nuevo presidente de la ANP, Pablo Genta, cuya actitud ausente y mirada perdida durante la sesión fue todo un símbolo del desgobierno.
Pero los alojamientos y los sueldos inflados no son el único problema. La ANP vive una interna salvaje que lleva más de 20 años. Persecuciones, controles de entradas y salidas, y acosos psicológicos fueron denunciados por funcionarios, algunos de los cuales debieron ser medicados. En al menos dos casos, se sumaron denuncias por acoso laboral y sexual que terminaron en la Justicia de Familia. Ninguna jerarca política movió un dedo.
La situación llegó a niveles grotescos: tras la barrida de abril, la ANP terminó con 44 mandos cobrando sueldos y compensaciones sin siquiera tener oficina o computadora. Algunos entraron por sorteo, apadrinados por el sindicato portuario, y fueron ascendiendo sin concurso alguno.
Lo que ocurre en el puerto es el reflejo de una cultura conquistada donde el mérito vale poco y el acomodo político lo es todo. Mientras tanto, en la vereda de enfrente, trabajadores rasos hacen changas o esperan años para un ascenso. La ANP es hoy una postal del clientelismo, la impunidad y el doble discurso.