José Mujica fue recordado por su forma de vivir la política con cercanía.
Desde sus inicios como tupamaro hasta sus discursos globales, Mujica dejó huella por su coherencia, su cercanía y su manera particular de hacer política.
El recuerdo de José Mujica tras su fallecimiento reúne múltiples dimensiones: la del militante, la del presidente, y también la del vecino uruguayo que ofrecía un mate sin libreto. Durante un análisis radial reciente, se evocó su figura desde la convivencia política, el respeto mutuo, y una vida que condensó varias existencias en una sola.
Se mencionó su papel clave en la transición democrática. Mujica, al salir de prisión en 1985 tras 13 años de reclusión en condiciones infrahumanas, enfrentó una de sus tareas más difíciles: convencer a sus excompañeros de armas de dejar la lucha armada y sumarse a la militancia democrática. Había participado activamente en el MLN-Tupamaros a fines de los 60, en tiempos en que aún había democracia formal en Uruguay, antes del golpe de Estado de 1973.
Tras ser liberado, su camino político comenzó en espacios sencillos, como mateadas en plazas. Esa cercanía rompía con lo habitual. No usaba trajes, no tenía chofer, llegaba al Palacio Legislativo en su propio auto, y desde ahí empezó a cosechar una identificación genuina con gran parte de la ciudadanía. Esa forma de habitar la política lo volvió un símbolo, incluso para quienes no compartían su ideología.
Con la irrupción de las redes sociales, sus discursos se viralizaron. En 2012, durante la cumbre de Río+20, fue ovacionado de pie. Al año siguiente, en la Asamblea General de Naciones Unidas, habló durante 45 minutos cuando tenía 15 asignados. Se dijo incluso que Barack Obama, ya retirado de la sala, volvió para escucharlo.
Su estilo directo, su discurso cargado de filosofía de vida y crítica al consumismo, resonaron más allá del Río de la Plata. En 2016, cuando se presentó ante el Parlamento Europeo, fue ovacionado incluso mientras cuestionaba de frente a quienes lo escuchaban. Señaló el egoísmo, la falta de apertura al mundo y la desatención al medio ambiente.
Quienes lo conocieron en su día a día también resaltaron otra faceta. Como presidente, Mujica seguía yendo a su chacra, a veces salía sin agenda, se cruzaba con la prensa, y era común que ofreciera mate o algo para comer. Esa espontaneidad generaba caos en la rutina institucional, pero era parte de su esencia. Era el mismo Mujica que enfrentaba a líderes mundiales sin filtro ni maquillaje, y que también compartía un bizcocho con el vecino.
Esa combinación entre austeridad, discurso humanista y práctica política poco convencional, terminó construyendo una figura que marcó a generaciones dentro y fuera del Uruguay. Su legado sigue circulando en videos, frases y memorias que lo muestran como un político distinto, cercano, directo, y profundamente humano.