Coutinho vuelve a escena en Salto con influencia política y cargos estratégicos en el nuevo gobierno.
La reciente conformación del gobierno departamental en Salto tras las elecciones de mayo dejó al descubierto una dinámica interna inesperada: la vuelta de Germán Coutinho al poder, no a través del voto ciudadano, sino mediante una estrategia de inserción política que lo colocó en el centro de las decisiones claves del nuevo período de gobierno. Con apenas 2.000 votos, el exintendente volvió a ocupar espacios de relevancia dentro de la gestión encabezada por Carlos Albisu, generando malestar en parte del oficialismo y desconfianza en sectores de la ciudadanía.
Durante la campaña, los discursos giraban en torno a la renovación, la transparencia y el corte con las viejas estructuras que gobernaron Salto durante años. Sin embargo, los primeros días de gestión muestran un esquema en el que las decisiones pasan por viejos conocidos. Coutinho, referente colorado de larga data, supo posicionar a sus allegados en áreas estratégicas del nuevo gobierno, replicando una lógica de poder que se creía superada.
Este fenómeno no es nuevo en la política uruguaya, pero en Salto toma una dimensión especial debido al contexto reciente. El recuerdo de su gestión entre 2010 y 2015 está marcado por un déficit millonario, sueldos impagos y observaciones del Tribunal de Cuentas. Además, hubo denuncias por no volcar correctamente aportes salariales a organismos como el Banco República, afectando a cientos de trabajadores. A pesar de esto, Coutinho nunca dejó de operar políticamente desde las sombras.
La Comisión Técnica Mixta (CTM) de Salto Grande también forma parte del entramado. Durante los últimos años, esa institución binacional fue utilizada como plataforma política por diversos sectores. En la gestión anterior, bajo la presidencia de Carlos Albisu en la delegación uruguaya, CTM destinó partidas especiales a programas sociales cuestionados por su posible uso como mecanismo de favores políticos. Algunos de esos convenios fueron vinculados a organizaciones afines a sectores políticos departamentales, incluyendo figuras cercanas a Coutinho.
En ese sentido, fuentes locales aseguran que parte de esos fondos terminaron financiando contratos de militancia o insertando personal en áreas con poco o nulo control técnico. Estas prácticas encendieron las alertas de los sectores internos del propio oficialismo, que vieron cómo el discurso de transparencia comenzaba a diluirse. La lógica de la repartija, del cargo por cercanía y no por competencia, volvió a ocupar el centro de la escena.
En paralelo, varios actores que no obtuvieron respaldo electoral fueron premiados con cargos de confianza. Algunas designaciones generaron tensión con otros sectores de la coalición que sí habían contribuido activamente en la campaña. Dirigentes jóvenes y técnicos que esperaban formar parte de la nueva etapa quedaron relegados frente al retorno de viejos referentes con pasado cuestionado. Esto desató críticas internas, sobre todo entre quienes esperaban una gestión más profesional y menos política.
Además del aspecto político, esta situación genera un impacto directo en la percepción ciudadana. En las calles de Salto, muchos vecinos expresan su preocupación ante lo que consideran “más de lo mismo”. Para una población que arrastra problemas estructurales como la falta de empleo formal, la precariedad habitacional y la inseguridad, los acomodos políticos no hacen más que reforzar la sensación de desencanto con la clase dirigente.
En este marco, el rol del intendente electo, Carlos Albisu, se vuelve determinante. Elegido con amplio respaldo, su liderazgo se enfrenta a un dilema: consolidar su imagen propia o compartir el poder con estructuras que arrastran un fuerte desgaste. Desde algunos sectores del Partido Nacional se reclama mayor firmeza a la hora de definir cargos y políticas. Incluso se señala que la “presencia silenciosa” de Coutinho podría condicionar las decisiones más importantes de la administración.
La ciudadanía espera señales claras. En una ciudad donde las cifras de pobreza son elevadas y las oportunidades laborales escasean, las prioridades deberían pasar por la reactivación económica, la mejora de los servicios y el fortalecimiento del entramado social. Sin embargo, el foco parece estar centrado en el reparto interno del poder.
En términos institucionales, lo ocurrido en Salto refleja una tensión habitual en los gobiernos de coalición, pero que en este caso adquiere características particulares por la historia reciente de sus protagonistas. Coutinho, a pesar de no haber sido electo para ningún cargo, logró reinstalarse como actor relevante. Albisu, por su parte, enfrenta la responsabilidad de sostener una gestión eficaz sin perder autonomía.
El escenario político salteño entra así en una etapa de reconfiguración. Las próximas semanas serán claves para observar si el intendente logra recuperar el control pleno de su administración o si las presiones internas terminarán debilitando su mandato. Mientras tanto, el ciudadano común sigue esperando respuestas concretas: mejoras en los barrios, acceso a vivienda, soluciones reales para la informalidad laboral y una política social que no se limite a parches asistenciales.
La reconstrucción de la confianza política es uno de los desafíos más importantes que enfrenta el departamento. Y eso, más allá de las alianzas, requiere compromiso con la gente y no con los cargos. En ese camino, el tiempo juega en contra. Cada semana que pasa sin decisiones claras, es una oportunidad perdida para recuperar la credibilidad. En Salto, el poder cambió de manos. Pero la pregunta sigue en el aire: ¿realmente cambió el rumbo?