Pobreza extrema: una realidad que no podemos ignorar

 La pobreza extrema es una de las mayores tragedias humanas de nuestro tiempo. Se define como la situación en la que las personas viven con menos de 1,90 dólares por día, una cifra que no alcanza para cubrir las necesidades básicas de alimentación, salud y vivienda. Más allá de los números, se trata de vidas marcadas por la desesperación, la falta de oportunidades y la exclusión.

En muchos países del mundo, la pobreza extrema sigue siendo una realidad cotidiana para millones de personas. Si bien en las últimas décadas se han logrado avances significativos en su reducción, los efectos de la pandemia de COVID-19, los conflictos armados y el cambio climático han revertido parte de ese progreso. Según las Naciones Unidas, alrededor de 700 millones de personas viven hoy en situación de pobreza extrema.

En América Latina, la región ha sufrido un retroceso en sus indicadores sociales. La crisis económica global y las desigualdades estructurales han empujado a millones de personas nuevamente por debajo de la línea de pobreza. En países como Uruguay, si bien la pobreza extrema es mucho menor que en otras naciones, no estamos exentos de esta problemática. Las personas en situación de calle, los hogares sin acceso a servicios básicos y los niños que crecen en condiciones de vulnerabilidad son ejemplos de cómo la pobreza extrema también golpea a nuestro país.

Pero la pobreza extrema no es solo un problema económico; es también una cuestión de derechos humanos. Vivir en pobreza extrema significa estar privado de derechos fundamentales como la educación, la salud y la seguridad. Significa no tener voz ni oportunidades para salir adelante. Y lo más alarmante es que, a menudo, quienes sufren esta situación son los más invisibilizados por las políticas públicas y los medios de comunicación.

¿Hay soluciones? Sí, pero requieren voluntad política, compromiso social y un enfoque integral. No se trata solo de brindar asistencia económica, sino de generar oportunidades reales para que las personas puedan salir de la pobreza de manera sostenible. Esto incluye acceso a la educación, empleo digno, servicios de salud y vivienda adecuada.

El papel de las políticas públicas es fundamental. Los gobiernos deben diseñar estrategias que aborden las causas estructurales de la pobreza extrema, como la desigualdad, la falta de empleo y la exclusión social. Pero también es esencial que la sociedad civil, las empresas y las organizaciones internacionales asuman un rol activo en esta lucha. La erradicación de la pobreza extrema no es una tarea de unos pocos, sino una responsabilidad compartida.

En un mundo con recursos suficientes para todos, la pobreza extrema es una contradicción ética y moral que no podemos tolerar. Se necesita un cambio de paradigma que priorice la dignidad humana y garantice que ninguna persona tenga que vivir en condiciones inaceptables.

La erradicación de la pobreza extrema es uno de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas para 2030. Sin embargo, los avances no son suficientes y el tiempo apremia. Es fundamental que los países intensifiquen sus esfuerzos y que cada uno de nosotros, como ciudadanos, también asumamos nuestra parte de responsabilidad.

En definitiva, acabar con la pobreza extrema es posible. Pero requiere acción inmediata, cooperación global y un cambio profundo en nuestras prioridades como sociedad. No podemos seguir mirando hacia otro lado. Cada día que pasa sin tomar medidas, miles de personas continúan viviendo en condiciones que nadie debería experimentar.