El recuerdo vivo de Auschwitz, en una ceremonia cargada de emociones y advertencias sobre el futuro.
Sobrevivientes de Auschwitz y líderes mundiales conmemoran los 80 años de su liberación, marcando un mensaje de advertencia.
Ocho décadas no son nada cuando se trata de memoria. Auschwitz, el nombre que condensa lo peor de la humanidad, vuelve a ser centro de reflexión en un mundo que, a veces, parece haber aprendido poco. Sobrevivientes, líderes y las cámaras de siempre. Pero esta vez, los discursos políticos se dejaron de lado: el protagonismo es de quienes estuvieron allí y llevan el peso de lo vivido como una cicatriz que nunca se borra.
En enero de 1945, el avance soviético encontró 7.000 sobrevivientes en ese campo de exterminio que, en su momento más oscuro, fue sinónimo de muerte para seis millones de judíos. Antes de huir, los nazis intentaron borrar evidencias: destruyeron cámaras de gas y crematorios. Aun así, la memoria es tozuda. No se apaga con escombros.
Hoy, Auschwitz reúne a quienes todavía pueden contar esa historia. Rostros curtidos por el tiempo y las pesadillas, acompañados de dirigentes que buscan, al menos por un día, mirar el pasado con algo más que palabras. "Es el mensaje de los sobrevivientes lo que importa", dijo Pawel Sawicki, del Museo de Auschwitz. Ellos, los pocos que quedan, saben que cada encuentro como este puede ser el último.
Mientras tanto, la sombra del antisemitismo vuelve a proyectarse. No con uniformes ni insignias, pero con discursos y miradas que huelen a algo conocido. "La historia no es un libro cerrado", pareciera ser el mensaje entre líneas. Y esa es la advertencia más clara que deja esta conmemoración: lo que pasó puede volver a pasar, si se baja la guardia.
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