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De Lima a Orsi y directo a la CTM: el salto silencioso de Elbio Machado

Elbio Machado pasó de Obras Públicas a la CTM tras dejar el sector de Lima y apoyar a Orsi.
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Elbio Machado, exdirector de Obras en Salto, asumió un cargo en CTM tras su pase político a filas de Yamandú Orsi.

Tras dejar a Lima y sumarse a la campaña de Orsi, Elbio Machado fue designado en la CTM, en una movida que despierta críticas por acomodos y lealtades políticas.

Hay trayectorias políticas que no sorprenden, sino que confirman lo que muchos sospechan. La historia reciente de Elbio Machado en Salto es una de esas. Empezó como técnico, se hizo cargo de Obras en la Intendencia y terminó como flamante delegado en la CTM de Salto Grande. ¿Mérito? ¿Capacidad técnica? ¿Oportuna lealtad partidaria? La pregunta queda picando, pero el aroma a acuerdo político es fuerte.

Machado no llegó de afuera. Fue parte del núcleo duro del intendente Andrés Lima durante años. Desde el 2016 se convirtió en uno de los rostros visibles de la infraestructura municipal. Era quien mostraba los avances en las calles, quien hablaba de bitumen, cordón cuneta y arreglos viales. También fue candidato en 2020, en una lista interna del Frente Amplio que tuvo un buen caudal de votos. Se lo mostraba como figura emergente, con peso territorial. Pero lo que parecía un proyecto de largo aliento junto a Lima, terminó en una jugada que dejó sabor a oportunismo.

A principios de 2024 renunció a su cargo de director. Dijo que se iba en buenos términos, que era momento de tomar otro rumbo. Pero ese “otro rumbo” no fue neutro: eligió respaldar la precandidatura de Yamandú Orsi. Más que un cambio ideológico, el movimiento pareció una jugada estratégica. Dejó un barco donde ya no era prioridad para subirse a otro con proyección nacional. Y la recompensa no tardó en llegar.

Poco tiempo después, su nombre apareció como parte de la nueva delegación uruguaya en la CTM de Salto Grande. Cargo codiciado, bien remunerado, de peso técnico y político. Una silla que no se gana con CV solamente. Quienes conocen cómo se arman esas listas, saben que esos nombramientos son parte del reparto del poder. Y Machado supo estar en el lugar justo, con la bandera adecuada, en el momento preciso.

Su paso por la Intendencia tampoco fue ajeno a polémicas. Bajo su gestión hubo cuestionamientos sobre cómo se manejaban los recursos humanos, cómo se contrataban servicios, cómo se asignaban tareas. El organigrama municipal fue, muchas veces, una red de nombres ligados a sectores políticos. Se habló de funcionarios con horarios fantasmas, de laburos a medida, de acomodos que se disfrazaban de planificación. Aunque no se lo señalara directamente, Machado era parte del equipo que sostenía ese esquema.

El Frente Amplio local, que lo había visto crecer, no digirió bien su salida. Algunos lo acusaron de vender la camiseta, de cambiar principios por promesas. Otros, más pragmáticos, simplemente lo tacharon de hábil. Lo cierto es que pasó de ser uno de los hombres fuertes de Lima a una pieza del tablero nacional de Orsi. Y en el camino, se acomodó.

Lo más curioso es cómo se intentó maquillar ese pase como una decisión “de madurez”, como un paso más en su evolución política. Pero no se puede hablar de madurez cuando lo que se premia es el salto de bando, ni de evolución cuando lo que se busca es una cuota de poder. Porque lo que queda claro en esta historia es que, si se acomoda bien el discurso, hasta la ambición se puede vestir de compromiso.

Hoy, Machado se sienta en un sillón de la CTM. Un lugar desde donde se gestiona uno de los recursos más importantes del país: la energía. Pero también un lugar que refleja cómo se maneja la política cuando las convicciones se vuelven monedas de cambio. Los cargos se reparten, los apoyos se negocian, y quienes saben jugar sus fichas terminan con premio.

El problema no es solo el destino de Machado. El problema es lo que representa. La forma en que se construye poder en base a alineamientos oportunos. La lógica de los “yo te apoyo, vos me ubicás”. El estilo de política que transforma a los técnicos en operadores, a los militantes en gestores de su propio beneficio.

En definitiva, lo que pasó con Machado no es nuevo. Es apenas un reflejo de cómo se mueve cierta parte del engranaje político uruguayo. Cambian los nombres, pero el mecanismo es el mismo: los que saben acomodarse, siempre caen parados. Aunque para eso tengan que cambiar de bando, de discurso o de principios.

Y mientras tanto, la gente común —la que vota, la que paga impuestos, la que camina por calles que aún esperan bitumen— sigue mirando desde afuera cómo se reparten los cargos como si fueran trofeos.

En Salto, el que taladra mejor no es el que arregla calles, sino el que sabe perforar estructuras políticas sin que se le note la jugada. Y en eso, Machado parece haber aprendido rápido.

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