Vivieron el amor como militancia, se eligieron en la sombra y en la luz.
Desde la clandestinidad y la prisión hasta la chacra en el Cerro, Mujica y Topolansky construyeron una historia de amor austera, leal y profundamente humana.
José "Pepe" Mujica y Lucía Topolansky compartieron más de medio siglo de vida, lucha y amor. En su chacra de Rincón del Cerro, lejos del bullicio político y mediático, construyeron una historia de afecto y compañerismo que trascendió la militancia. Su vínculo, forjado en la clandestinidad y templado en prisión, fue siempre más que una relación de pareja: fue una sociedad de vida.
Encuentro en tiempos de revolución
Corría fines de los 60 cuando Mujica y Topolansky cruzaron caminos en plena militancia tupamara. Según una versión, ella le entregó documentos falsos; según otra, él la vio emergiendo desde un túnel de escape en una cárcel. Lo cierto es que esa primera impresión marcó el inicio de una conexión profunda. Tenían ideales comunes, pero más allá de eso, comenzaron a descubrirse como personas: él con 37, ella con 27, dos almas que sin saberlo empezaban su revolución más íntima.
La vida clandestina los unió tanto como los operativos y las asambleas. Entre idas y vueltas, tareas y refugios, se fue tejiendo una complicidad que escapaba al romance tradicional. No hubo flores ni serenatas, pero sí gestos sencillos, miradas cómplices y silencios compartidos en medio de la incertidumbre.
Años de encierro, años de espera
La dictadura militar en Uruguay les arrebató la libertad. Ambos fueron detenidos en 1972. Mujica pasó 13 años preso, buena parte en condiciones extremas de aislamiento. Lucía también estuvo encarcelada hasta 1985. Durante todo ese tiempo, la comunicación fue casi nula. Mujica relataba que solo una de las muchas cartas de Lucía logró llegarle. A pesar del silencio impuesto, nunca dejaron de pensarse mutuamente.
Foto. Agencia Camaratres (AFP vía Getty ImagesEl apodo cariñoso de "La Tronca" para referirse a Lucía era una señal de que, en su mente, él mantenía viva esa presencia. En soledad, cada uno sostenía el recuerdo del otro como una forma de resistencia emocional. Años después dirían: "Nunca dejamos de pensar el uno en el otro".
La chacra, su refugio compartido
Con el regreso de la democracia, se reencontraron y no se separaron más. Instalaron su vida en una chacra modesta, rodeados de perros, flores y libros. Su rutina era sencilla: él madrugaba a trabajar la tierra, ella preparaba el mate. Cocinaban juntos, escuchaban la radio y conversaban largo sobre política, la vida y los sueños compartidos.
foto: PABLO PORCIUNCULA/AFP vía Getty ImagesMás allá del amor romántico
En 2005, tras casi 40 años de convivencia, se casaron. Sin fiesta, sin prensa. Para ellos, el papel era solo una formalidad. No tuvieron hijos, algo que atribuyeron a las secuelas de la prisión y a la intensidad de sus vidas políticas. Pero criaron perros, gatos y abrazaron afectos con sus ahijados y compañeros.
Pepe y Lucía, en una de sus últimas imágenes juntos. (Foto: Sofía Torres / EFE)
Durante el mandato de Mujica como presidente, siguieron viviendo en la chacra. Lucía lo juró como presidente en el Senado. Iban juntos a las reuniones, volvían juntos a casa. En la intimidad seguían tratándose con naturalidad, entre mates, discusiones domésticas y anécdotas de otros tiempos.
Hasta el final
En los últimos años, con la enfermedad avanzando, Mujica fue acompañado día y noche por Lucía. Una imagen que conmovió a muchos fue verla arropándolo con un poncho frente a la estufa. Él, ya frágil, confiando en sus manos; ella, firme, tierna, como siempre.
“Su compañía es un premio”, dijo Mujica sobre ella. Y Lucía, fiel a su estilo, expresó: “Estoy hace más de 40 años con él y voy a estar hasta el final, eso fue lo que prometí”.
Promesa cumplida. Amor vivido. Historia compartida. En esa chacra quedarán los ecos de sus risas, las huellas de sus pasos, y el perfume imborrable de una vida vivida de a dos.