César Troncoso recordó cómo una clase de teatro le cambió la vida para siempre.
El actor uruguayo repasó su historia personal y profesional, desde el teatro en Montevideo hasta convertirse en uno de los rostros más queridos de El Eternauta.
César Troncoso tenía 25 años cuando decidió cambiar el rumbo de su vida. Por entonces trabajaba en un estudio contable y estudiaba medicina, pero nada terminaba de cerrar. Todo dio un giro durante un verano en Montevideo: se separó, dejó la facultad y se anotó en una clase de teatro. Ahí empezó todo.
En una de esas primeras clases, haciendo un ejercicio con un texto de Antonin Artaud, sintió algo especial. Improvisó una escena con movimientos, casi como bailando. Al volver a su asiento, algo había cambiado. “Sentí una energía potente adentro. El profesor me dijo que lo había hecho muy bien. Ahí dije: ‘loco, este es el camino’”, contó desde su casa, en una siesta montevideana con más frío que sol.
Troncoso nació en abril del 63. Su primer acercamiento al cine llegó recién en 2003, con la película El viaje hacia el mar de Guillermo Casanova. En 2007 participó en XXY de Lucía Puenzo, donde conoció a Ricardo Darín. Desde entonces, su carrera fue en ascenso. Participó en películas como El baño del Papa, Infancia clandestina, La noche de 12 años, El pampero y muchas más, además de trabajar en Brasil y en TV Globo.
En televisión también se destacó: actuó en Entre hombres, Iosi, el espía arrepentido y Diciembre 2001, donde interpretó a Eduardo Duhalde. En teatro, cine o series, Troncoso se siente cómodo. “Es el mismo trabajo, solo que ajustás las perillas según el formato. Pero la herramienta es la misma”, explica.
Uno de sus proyectos actuales es La mujer del río, tercera entrega de una trilogía que inició con 36 horas y Cuando oscurece. En la película interpreta a Pedro, un padre atormentado que busca reencontrarse con su hija. La historia toca el tema de la violencia de género, algo que no le es ajeno: su esposa trabaja en el Ministerio de Desarrollo Social en esa área. “Hay que tratar al personaje como ser humano. No es un villano de caricatura”, dice, y agrega: “Tengo mis zonas oscuras, no las saco al mundo, pero están”.
La trilogía, sostiene, puede servir para abrir el debate sobre los femicidios y las complejidades que atraviesan tanto a las víctimas como a los victimarios. “Bienvenido todo lo que sume a discutir el tema”, remarca.
Y luego llegó el fenómeno global: El Eternauta. En la serie de Netflix, Troncoso interpreta al Tano Favalli, y asegura que fue un punto de inflexión. “Esto es una bomba atómica. No esperaba que en Japón, la India o Francia la serie pegara tanto”, confiesa. Aunque ya había tenido reconocimientos y premios, lo vivido con esta serie fue completamente distinto: fanáticos que le mandan dibujos, mensajes, e incluso le piden que no muera en la segunda temporada.
Para él, los mensajes de la serie son claros y necesarios: “Nadie se salva solo” y “lo viejo funciona”. Esta última frase también habla de los personajes más grandes, como él y Darín, que lideran la resistencia. “Si queremos construir futuro no podemos dejar a nadie atrás, menos a quien tiene experiencia”, reflexiona.
Además, Troncoso rescata el valor colectivo de la historia: “No existimos sin el otro. No somos lobos esteparios. Somos personas que necesitamos vínculos sociales. Cuando no los tenemos, nos enfermamos”.
Sobre la actuación, es directo: “Es un trabajo. A veces muy duro”. Recuerda que perdió el bazo en un rodaje y volvió de El Eternauta con tendinitis. Pero también tiene sus recompensas: “Después de años en un estudio contable, hacer lo que deseás, lo que sabés hacer más o menos bien, tiene otro sabor”.
Desde Montevideo, reflexiona que el arte, además de entretener, sirve para pensar un país, una vida, una identidad. “Cuando actuás estás hablando de vos, de tu país, de tu historia. Y eso es necesario”.