Escolares salteños desfilan cada 25 de Mayo frente al busto de San Martín en la plazoleta homónima del barrio Cien Manzanas.
Una mirada a la huella libertaria salteña, desde la Revolución de 1810 hasta la audaz “República de Salto” de 1855.
Amanecía en Salto y, como cada otoño, el aire traía ese perfume a azahares de los naranjales mezclado con el rumor del río. Era 25 de mayo: fecha prestada al calendario argentino, sí, pero con resonancia propia a este lado del Uruguay. No se trata sólo de recordar la Revolución de 1810 en Buenos Aires; para los salteños la jornada evoca también un viejo latido libertario —esa obstinación de hacerse cargo del propio destino—que se repite cada tanto en nuestra historia. Basta indagar un rato en los archivos para encontrar dos episodios que, aunque separados por casi medio siglo, comparten la misma fibra: la llegada al litoral de la noticia del Cabildo porteño y, más tarde, la audaz “República de Salto” de 1855.
El eco de la Primera Junta y la Redota artiguista
A fines de mayo de 1810 los chasques cruzaron el río con la novedad: el virrey Cisneros había caído y la Primera Junta tomaba las riendas en Buenos Aires. La noticia encendió la esperanza de los orientales, sobre todo de un capitán criollo llamado José Gervasio Artigas, que muy pronto recibiría el grado de teniente coronel otorgado por esa Junta flamante —un respaldo que pareció legitimar su reclamo de autonomía oriental Wikipedia. No pasaron ni doce meses y el fragor de la revolución ya sacudía la Banda Oriental. El Éxodo del Pueblo Oriental, esa marcha multitudinaria conocida como “la Redota”, se detuvo varias semanas en los alrededores del Salto Chico, en la margen opuesta del río, mientras los seguidores de Artigas reorganizaban fuerzas para seguir la lucha Wikipedia. Aquellos campamentos improvisados sembraron en la región una memoria imborrable: Salto fue refugio y, a la vez, puerta de entrada de la revolución al interior profundo.
Un 25 de mayo sin himnos pero con convicción
La fecha prendió fuerte en la cultura local. Todavía hoy, la calle 25 de Mayo atraviesa el casco viejo desde la mítica Uruguay hasta Patulé, y cada año las escuelas forman frente al busto de San Martín en la plazoleta homónima —donado por la vecina Concordia en 1950— para cantar “La aurora” y oler el chocolate caliente que reparte el Consulado Argentino. Ese ritual, casi de barrio, recuerda que la identidad salteña siempre dialogó con la orilla de enfrente, entrecruzando banderas cuando hacía falta. Pero el 25 de mayo ganó un significado extra en 1855, cuando la ciudad decidió mandar todo a parar y gobernarse sola.
1855: la quijotada de la “República de Salto”
Corría un septiembre movido: el presidente Venancio Flores había sido derrocado y el interior oriental quedaba, de pronto, huérfano de autoridad. ¿Qué hizo Salto? Convocó a Cabildo Abierto, eligió como presidente al presbítero Manuel María Errausquín y, sin más trámites, declaró que la soberanía residía en su propio pueblo. Durante treinta y cinco días —del 7 de septiembre al 16 de octubre— la ciudad se administró a sí misma: organizó milicias, recaudó impuestos y hasta nombró jefes políticos. Algunos cronistas, con sorna y cariño, bautizaron aquel experimento como la “República de Salto”. El episodio terminó cuando el gobierno provisorio de Luis Lamas reconoció lo actuado y envió como nuevo “intendente” al coronel Diego Lamas, restableciendo la normalidad. Pero el gesto quedó para la anécdota: Salto había sido, siquiera por unas semanas, capital de sí misma Nauta Media.
La libertad como costumbre —misma fecha, distintos trajes
Si se mira con lupa, el hilo conductor entre 1810 y 1855 es claro: en ambas coyunturas Salto reaccionó al vacío de poder con una mezcla de audacia y sentido práctico. En 1810 la ciudad ofreció su puerto y su gente a la causa artiguista; en 1855 se autoproclamó república para no quedar a merced de caudillos ajenos. En uno y otro caso el 25 de mayo funcionó como recordatorio incómodo de que la soberanía no se regala, se ejerce.
La trastienda humana
Cuenta una crónica de la época que, mientras el Cabildo discutía a viva voz en la “República de Salto”, los tambores de la comparsa de negros libertos ensayaban candombe en la plaza, preparando la fiesta patria del 25. Las matronas repartían pasteles de dulce de membrillo y los gurises subían a los naranjos para espiar la asamblea. Más de uno habrá pensado que aquella aventura municipal no llegaría a buen puerto, pero igual valía el gesto: mejor equivocarse por cuenta propia que obedecer órdenes que venían de Montevideo —o de Buenos Aires, para el caso.
De la historia a la agenda de hoy
Cada 25 de mayo, cuando el locutor municipal pide un minuto de silencio en la plazoleta San Martín, se menciona la gesta de 1810 y, de pasada, la “pequeña república” que improvisaron los salteños en 1855. Pocos recuerdan los detalles, pero todos entienden el mensaje: Salto nació rebelde. Por eso quizás moleste tanto cuando la PWA se cierra sola o cuando las promesas de conectividad quedan a medias; en el fondo, la ciudad lleva dos siglos reclamando que las cosas funcionen sin pedir permiso.
Epílogo: una fecha con futuro
Hoy, entre food trucks de torta frita y ferias de emprendedores tech, el 25 de mayo salteño combina pasado y presente. Los escolares desfilan con tablets en vez de faroles, pero el aplauso al pasar suena igual que en 1910. Porque, aunque la historia cambie de vestuario, la necesidad de sentirse dueño del propio destino permanece. Y si algo enseñaron Artigas, Errausquín y tantos anónimos es que, cuando el calendario marca 25 de mayo, Salto no sólo celebra una revolución ajena: celebra —o reclama— la suya.