Flores, agua y fe: la devoción a Iemanjá sigue creciendo, mezclando tradición, espiritualidad y resistencia cultural.
Más que un ritual religioso, la celebración de Iemanjá es un símbolo de resistencia cultural, sincretismo y conexión con el mar.
Iemanjá: cuando el mar es altar, refugio y memoria
Las olas llevan algo más que espuma cada 2 de febrero. Sobre ellas, flotan rosas blancas, perfumes y pequeños barquitos con ofrendas. En la arena, miles de personas rezan, agradecen, piden. No importa si creen en los orixás, en la Virgen o en la energía del universo: todos se dejan llevar por el magnetismo de Iemanjá.
Pero, ¿qué hace que una diosa de origen africano haya conquistado América del Sur?
De África a las costas del Río de la Plata
La historia de Iemanjá es la historia de la diáspora africana. Los esclavizados traídos por la colonia no solo cargaban cadenas, sino también cultura, religión y espiritualidad. En el candomblé, ella es la madre del mar, protectora de los navegantes, de los pescadores y de los hogares. Pero para sobrevivir en un mundo dominado por el catolicismo, la imagen de Iemanjá se mezcló con la de la Virgen María. Así nació el sincretismo: una fusión de creencias que hoy sigue viva en umbanda, candomblé y otras expresiones religiosas populares.
El fenómeno que va más allá de la religión
Hoy, el culto a Iemanjá es más que un acto de fe. Es cultura, identidad y, sobre todo, una tradición que une a creyentes y escépticos en una misma celebración. En Montevideo, Salvador de Bahía o Buenos Aires, la escena se repite: gente vestida de blanco, cantos, tambores, pedidos al océano. En algunos casos, por devoción; en otros, por simple conexión con el agua y su simbología.
Porque el mar no solo es inmenso: es memoria. Y en cada ola, en cada ofrenda que se aleja en el horizonte, viaja una historia de resistencia, de sincretismo y de profunda humanidad.