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Alois Alzheimer dedicó su vida a estudiar el deterioro de la memoria humana
Alois Alzheimer fue el primero en describir cambios físicos en el cerebro de una paciente con demencia, sentando las bases para una nueva mirada científica y humana.
El 14 de junio de 1864 nació en Marktbreit, un pequeño pueblo de Baviera, el hombre cuyo apellido marcaría para siempre el estudio de la memoria humana. Alois Alzheimer creció entre viñedos y calles medievales, sin saber que su nombre quedaría asociado a uno de los mayores desafíos médicos del siglo XX: el deterioro cognitivo progresivo que borra recuerdos, rostros y, finalmente, la identidad misma.
Su camino hacia ese descubrimiento no fue directo. Fue el resultado de años de observación, empatía y trabajo riguroso. En una época donde a los pacientes psiquiátricos se los marginaba y etiquetaba sin explicación, Alzheimer eligió mirar más allá del diagnóstico.
Hijo de un funcionario estatal y una mujer devota, fue el menor de seis hermanos. Desde joven mostró interés por las ciencias naturales. Solía recorrer los campos con un cuaderno, dibujando insectos y plantas. Más tarde estudió Medicina en Berlín, Tübingen y Würzburg, donde se doctoró en 1887 con una tesis sobre el oído humano.
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Alois Alzheimer con su esposa y sus tres hijos
Ese mismo año comenzó a trabajar en el Hospital Psiquiátrico de Frankfurt. Allí encontró una realidad dura: personas con enfermedades mentales viviendo en condiciones precarias, muchas veces olvidadas. A diferencia de otros médicos, él las trataba con respeto, como seres humanos con historias para contar.
En Frankfurt también comenzó a colaborar con Franz Nissl, un neurólogo que experimentaba con nuevas técnicas para teñir tejido cerebral. Bajo el microscopio, las neuronas revelaban estructuras hasta entonces desconocidas. Esto fue clave para que Alzheimer entendiera que la locura, la pérdida de memoria o la confusión podían tener raíces físicas observables.
En 1894 se casó con Cecilie Wallerstein, con quien tuvo tres hijos. La felicidad se truncó cuando ella murió repentinamente en 1901. Ese mismo año ingresó al hospital una paciente que cambiaría su carrera: Auguste Deter, de 51 años, sufría de desorientación, olvidos, cambios de humor y episodios de agresividad. Alzheimer la observó con dedicación, registrando cada síntoma.
Cuando Auguste falleció en 1906, solicitó estudiar su cerebro. Encontró algo inédito: placas y ovillos anormales entre las neuronas. Hoy se conocen como placas de beta-amiloide y ovillos neurofibrilares. Fue la primera vez que se demostró que la demencia podía tener una base física concreta.
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Auguste Deter (1850 – 1906), la paciente alemana que estudió el doctor Alzheimer y se convirtió en la primera en ser diagnosticada con este mal (The Grosby Group)
Ese mismo año presentó sus hallazgos en una conferencia en Tübingen. Su informe se tituló modestamente: “Sobre una enfermedad peculiar del córtex cerebral”. Sin embargo, su colega Emil Kraepelin comprendió la importancia del descubrimiento y, en 1910, bautizó la enfermedad con su nombre.
Alois Alzheimer continuó su carrera en Múnich, donde formó a decenas de jóvenes científicos. Su laboratorio era un espacio de estudio minucioso, donde se buscaban relaciones entre lesiones cerebrales y síntomas clínicos. Se decía que podía pasar horas mirando por el microscopio sin despegarse de la silla.
En 1912 fue nombrado catedrático en la Universidad de Breslavia, pero su salud comenzó a deteriorarse. Murió el 19 de diciembre de 1915, con solo 51 años.
Más de un siglo después, su legado sigue vivo. Se estima que más de 55 millones de personas viven hoy con algún tipo de demencia, y la cifra podría llegar a 139 millones para 2050. Aunque aún no existe cura, su descubrimiento permitió entender que detrás de los olvidos hay procesos biológicos que pueden estudiarse y, algún día, tal vez detenerse.
Pero su mayor aporte fue quizás otro: tratar con dignidad a quienes todos habían dejado de mirar. Cada 14 de junio, su cumpleaños, es una oportunidad para recordar que detrás de cada diagnóstico hay una persona que merece ser comprendida, respetada y acompañada.
