El infierno del módulo 11: tortura, abuso y muerte dentro del Comcar

El módulo 11 del Comcar vuelve a estar en foco tras nuevos casos de tortura y muerte

Violencia extrema y condiciones inhumanas persisten en el módulo 11 del Comcar uruguayo.


Tenía 28 años y era la primera vez que pisaba una cárcel. Su condena era corta: apenas cuatro meses. Sin embargo, lo que vivió en ese tiempo fue una pesadilla. El joven fue trasladado al módulo 11 del Comcar, un sector conocido como uno de los más peligrosos del sistema penitenciario uruguayo. Allí, estuvo secuestrado durante 40 días por otros cinco presos, quienes compartían celda con él.

Durante ese tiempo, fue golpeado, cortado, atacado con maderas con clavos, y sometido a abuso sexual reiterado. Cuando lograron asistirlo, ya estaba en un estado extremo de desnutrición, con anemia e infecciones. Las imágenes que circularon en redes mostraban el deterioro brutal de su cuerpo.

Un módulo marcado por la violencia extrema

Este episodio ocurrió en septiembre de 2021, pero el horror dentro del módulo 11 continúa. Años después, el panorama no ha cambiado. El lugar sigue siendo uno de los focos más críticos del sistema carcelario nacional. Allí se vive entre ratas, gritos y peleas constantes, y los reclusos son capaces de prenderse fuego en conflictos internos.

Archivo: policías durante un operativo en cárceles uruguayas (Ministerio del Interior)

En junio pasado, una nueva tragedia volvió a poner el foco sobre este sector. El conflicto entre presos de dos celdas contiguas venía escalando desde hacía días. Hubo peleas en el patio, amenazas y ataques. En un momento, lograron romper los candados y salir armados con cortes carcelarios. Los funcionarios intentaron intervenir, pero los reclusos bloquearon el paso con colchones para evitar los disparos con munición no letal.

Archivo: policías durante un operativo en cárceles uruguayas (Ministerio del Interior)

Cuatro presos murieron quemados vivos

Durante ese caos, cuatro presos se refugiaron en una celda, pero fueron atacados con un colchón en llamas. El fuego se propagó rápidamente. Las llamas no solo terminaron con sus vidas, sino que volvieron a evidenciar la falta de control y de infraestructura.

“El módulo 11 es el lugar más caliente del infierno”, afirman tanto policías como presos. Así lo relató también un ex guardia con más de 30 años de servicio, que trabajó en ese sector. Contó que se convivía con ratas visibles de día y audibles de noche, y que el ambiente era de griterío constante, tensión y miedo permanente.

Los presos del módulo 11 del Comcar viven entre ratas (@GuilleLosa)

Superpoblación, abandono y condiciones inhumanas

El módulo 11 alberga la mayor densidad de presos del país, con un hacinamiento que supera el 150 %, según cifras oficiales. En septiembre de 2024, había 852 personas privadas de libertad en un espacio con capacidad para 498.

Las celdas están diseñadas para cuatro personas, pero albergan ocho o nueve. No hay duchas propiamente dichas ni suministro de agua caliente. Para bañarse, los reclusos deben calentar agua como pueden, y los desagües no soportan el uso. El sistema eléctrico es precario: los cables se conectan de forma casera a puntos de luz.

Además, se denuncian robos entre celdas, fugas nocturnas, ataques con armas caseras y una convivencia marcada por la hostilidad. Muchos presos que llegan allí lo hacen como castigo tras conflictos en otras cárceles.

Archivo: presos de cárceles uruguayas esperando una requisa (Ministerio del Interior)

Un sistema que colapsa desde adentro

El exministro del Interior, Luis Alberto Heber, llegó a decir que habría que “tirarlo abajo con una bomba”. Aunque la frase fue polémica, muchos funcionarios coinciden en que el módulo 11 no debería seguir funcionando.

La muerte de cuatro personas calcinadas y el secuestro y tortura del joven preso no son casos aislados, sino parte de una secuencia repetida. La sobrepoblación, la falta de inversión, el abandono institucional y el debilitamiento del sistema penitenciario hacen de ese espacio un epicentro de violencia y sufrimiento.

Para los que están adentro, vivir ahí es un castigo más allá de la condena. Y para quienes trabajan, el miedo se volvió costumbre. La pregunta sigue siendo: ¿hasta cuándo?

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